“La musa despierta la inteligencia, trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles.”
Federico García Lorca
Son solo diez segundos. Segundos que se pasan en dos pestañeos. Pero en ellos está la esencia de toda la necesidad de ruptura en el arte del ser humano. Eduardo Gracia, bajista de sesión madrileño, arranca la grabación de Fuente y caudal con una línea de bajo eléctrico que recuerda a lo que ya hizo con Las Grecas en “Te estoy amando locamente”. Cinco segundos más tarde aparece el golpeteo mecánico de los bongós de Pepe Ébano. Es el año 1973 y en el estudio de grabación se está dando forma a “Entre dos aguas”, una rumba que arrancó con poco éxito y mucha polémica pero que en su modo single alcanzó las 300.000 copias vendidas. La pieza, lo contó muchas veces el propio Paco de Lucía, estaba medio improvisada para rellenar el tiempo pactado con el productor para un LP. La elección del palo no fue gratuita: “Me siento libre tocando la rumba, porque no hay tradición en rumbas y puedes hacer lo que quieras”. En ese “hacer lo que quieras” se incluye arrancar un disco de flamenco sin guitarra ni canteni palmas, lo que le ocasionó innumerables polémicas y recriminaciones salvajes provinientes del sector flamenco más purista.
No era, en realidad, el primero: antes estuvieron Sabicas y Joe Beck en Rock Encounter (1966) o Smash con Manuel Molina (de Lole y Manuel). Pero la espita del gas libertario se abrió definitivamente con un Paco de Lucía de 25 años improvisando, y en adelante comenzaron a sucederse las excursiones desde o hacia el flamenco. A esa patria mestiza libre de puristas, paralela a la España de la Transición, llegarían muchos revolucionarios encabezados por el Camarón eléctricon de La leyenda del tiempo (1979) —con un grupo formado por Tomatito, Raimundo Amador, Jorge Pardo o Kiko Veneno—. Y las más de cuatro décadas de mirada abierta desde entonces han regalado monumentos como Omega (1996), con Enrique Morente y Lagartija Nick; reformulaciones como la de Ray Heredia con Quien no corre, vuela(1991); o renacimientos de puro fénix, como los boleros y las coplas jazzeadas deFree Boleros (1996) con la voz elegante de Mayte Martín y la complicidad de Teté Montoliú.
En esa línea de enriquecimiento mirando al otro nació Tercer Cielo (2022), un disco que aunaba las inquietudes artísticas de Rocío Márquez y Bronquio para adentrarse en una fronda nueva. «Tercer cielo se gesta en el contexto de parón por la pandemia, donde los músicos dejamos de girar», comenta Rocío Márquez. «Esto nos permitió a Bronquio y a mí convivir, darnos tiempo, explorar para adentrarnos en un proyecto de estas características. Me gusta pensar que la música ha de iniciar nuevos caminos conscientes que pasan por encontrarse a una misma. Y cómo no, por dejarnos contagiar por las personas que tenemos cerca. Así pasó en nuestro caso. De aquellos días de composición, mirando hacia atrás, me viene a la cabeza como definición la palabra “juego”. El juego estuvo muy presente a la hora de probar opciones. Y también la curiosidad por visitar cada uno el mundo del otro».
El eclecticismo de Rocío Márques —más bien un «anhelo profundo de conocerme a mí misma», tal y como lo definirá ella— se daba la mano entonces con el mundo multirreferencial y funambulista del jerezano Bronquio, que sabe construir con la potencia evocadora de sus bases un universo propio (compartido, en esta ocasión) que parece dejar abierta la puerta al reino de Oz. Salieron 17 temas de esa cosecha imprevista que son un catálogo de palos desclasados, que saben mantener las esencias a la vez que se someten a feroces reimaginaciones entre loops, texturas y muros de sonido. En definitiva, “un paraíso en el umbral”, tal y como lo define la poeta Carmen Camacho, responsable de muchas de las letras de Tercer Cielo.
Percisamente es el vuelo lírico de la palabra uno de los hallazgos del trabajo. Aparece Lorca con aquella mítica conferencia en Buenos Aires de 1933 (Teoría y juego del duende), pero también haikus de Luis García Montero, el verbo elaborado de Antonio Mairena o Unamuno, y una Carmen Camacho cuya facilidad para el aforismo deslumbrante encuentra aquí su hogar inesperado. A pesar de la variedad de estéticas y de miradas el resultado es extremadamente coherente, porque «el proceso de construcción fue orgánico. Íbamos cogiendo las letras que más nos pegaban en cada tema. Sin límites a la hora de escoger autores contemporáneos o clásicos, flamencos o no flamencos. Incluso con el permiso de mezclar letras propias con ajenas. Luego en una segunda fase, sí hubo un trabajo concienzudo y dilatado de redondear, afinar. Y en esto ha sido fundamental la mirada sensible de mi amiga Carmen Camacho, quien además firma buena parte de las letras del disco», comenta Márquez.
El tema de fondo, tratado en ocasiones con mirada de extrarradio y en otras desde el centro del huracán, es el de la libertad, pero no como la palabra ampulosa y manoseada de estos últimos tiempos sino desde una perspectiva crítica, con sus precios, sus vértigos y sus angustias. Esa defensa de la libertad —un poco como aquella que hacía Benedetti sobre la alegría, a la que había que defender “del rayo y la melancolía”— se hace en un momento en el que «parece que en estamos dispuestos a sacrificarla por muy poco, algo que me entristece y me preocupa. De ahí que sintiera la necesidad de reivindicarla de manera clara y firme en Tercer cielo», comenta la artista onubense. No hubo polvareda en este caso ni rasgado de vestiduras ante la mezcla de forma y fondo. Fue más un reconocimiento unánime ante un sendero seductor dicho con una gramática del sonido propia y enriquecido por lo mejor de cada mundo artístico.
La acogida y las comparaciones con el hito de Omega fueron inmediatas: «Es algo que sinceramente nos sorprendió muchísimo», comenta Márquez. «En ningún momento llegamos a fantasear con esa posibilidad que encontramos desde el momento en que el disco estuvo en la calle. No diría que nos impone porque tratamos de no poner ahí el foco, en qué dicen desde fuera. A algunas personas les encanta el proyecto y a otras no. Lo importante es que Bronquio y yo disfrutamos muchísimo creando el disco. Tanto como ahora, dos años después, lo hacemos girándolo». Esa representación entre lo catártico, lo teatral y lo musical es la que se cuela por las hendijas del Ciclo de Música Actual de Badajoz. El interés no solo radica en lo musical sino en ver cómo se da cuerpo a una acústica tan subjetiva y la manera en la que Rocío Márquez se transforma a través del sonido propuesto por la voz electrónica del músico jerezano. «Los temas siguen siendo los mismos, pero en el directo hay una relación directa con la improvisación. Tanto en la parte de Bronquio como en la mía. Nos arrojamos al abismo para mantenernos vivos e interesados por el proyecto».
La representación en vivo permite acceder a una tercera dimensión que toma cuerpo a través del movimiento, las luces y las atmósferas, sin abandonar la narrativa privilegiada que le da el verso. «Este proyecto no solo ha sido desde donde me he adentrado en la música electrónica sino también donde me he permitido disfrutar de mi cuerpo, moverlo en escena, mostrarme también desde ahí. En este proceso, el acompañamiento de Antonio Ruz y Roberto Martínez ha sido imprescindible. A su lado he accedido a partes de mí que me eran desconocidas». La cantaora habla del arte con comas, nunca con puntos y aparte. «En mis años de carrera he podido ir soltando miedos sobre defraudar a los demás, a no gustar. A cambio, ahora temo más traicionarme a mí misma, no respetarme o cuidarme. Si me encontrase con la Rocíoque empezaba hace quince años le diría que confiara, que todo va como tiene que ir».
Tercer Cielo se presenta en Badajoz con ausencia de fronteras reales, más allá de —como decía un aforismo de Camacho— ser nosotros la piedra con la que tropezamos. Tal vez lo importante en este caso no sea la propia riqueza que contiene sino en la que desencadena, esa llamada a ser batiscafos de nosotros mismos y a buscar la emoción en cualquier tipo de sintaxis artística. Ya lo decía Lorca para definir el duende, que no lo consideraba flamenco sino pálpito universal:
¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
MARIO MUÑOZ CARRASCO